Salgo de casa con cuidado, las gomas todavía están frías y el asfalto mojado. Mala combinación. Poco a poco comienzo a coger ritmo, pero no conviene confiarse, la lluvia en la visera del casco me recuerda que el horno no está para bollos. Las distancias de seguridad se alargan, la intensidad a la hora de acelerar se dulcifica y las tumbadas reducen su grado de inclinación. Aún con todo, es emocionante y divertido.
Avanzo por la autopista concentrado en mi tarea. Mientras, la gente dentro de sus coches escucha la radio, con la calefacción puesta y la seguridad que dan cuatro ruedas. Yo, por el contrario, tengo que ir fijándome en si se han formado balsas de agua, ya que la lluvia es cada vez más intensa. No me da tiempo a fijarme en las caras de la gente de los coches, pero estoy convencido de que muchos pensarán: "está loco, como va en moto con este tiempo".
Por el contrario, yo creo que me volvería loco si tuviera que ir siempre en coche. Y no lo digo porque odie los coches (me encantan), ni porque odie los atascos o el tener que buscar sitio para aparcar. Lo digo porque ir en moto es emocionante e incómodo. Y lo digo con orgullo. Sí, es incómodo en un día de lluvia. Y me gusta que lo sea, porque ya disfrutamos de suficientes comodidades y seguridad. Me gusta que cada día pueda ser una aventura.
Cuando he llegado a la oficina, empapado como un pollo, pero con la adrenalina por los cielos, varios compañeros me han preguntado lo mismo: "¿has venido en moto con este tiempo?" Y yo, sonriendo, he contestado: "haga frío o calor, en moto se va mejor".
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